El 18 de octubre de 2003 fallecía víctima de un paro cardíaco Manuel Vázquez Montalbán, periodista, novelista, poeta, ensayista, antólogo, prologuista, humorista, crítico, gastrónomo, culé y prolífico en general. Todo lo hizo bien el polifacético escritor en sus variadas condiciones y múltiples aptitudes, pero si algo le apasionaba por encima de todo era la cocina, hasta el punto de que muchos de sus relatos eran una simple excusa para dar rienda suelta a su vehemencia por la gastronomía. Algunos personajes creados ex profeso por el autor servían de coartada perfecta para disertar sobre las virtudes de tal o cual plato.
Pero sin duda, su gran personaje gastronómico fue el detective Pepe Carvalho, protagonista de numerosas novelas en las que inexcusablemente se incluían referencias gastronómicas o recetas, como la fideuá a base de fideos de arroz que figura en Los pájaros de Bangkok. Curiosa y fatalmente, en el aeropuerto de Bangkok encontró su muerte.
No es ninguna casualidad que sus cenizas fueran esparcidas en Cala Montjoi, esa pequeña ensenada de la Costa Brava donde tenía su sede El Bulli.
En su honor, queremos rendirle homenaje publicando este significativo fragmento perteneciente a su novela Asesinato en el Comité Central:
«Añoraré tus guisos, Biscuter. Me voy a una ciudad que sólo ha aportado un cocido, una tortilla y unos callos al acervo de la cultura gastronómica del país.
- ¿Qué tortilla?
- La tortilla del Tío Lucas. Si llaman los hermanos Lorenzo, los del robo de la patente de la puerta giratoria, les dices que vuelvan a llamar dentro de quince días.
Las Ramblas se preparaban para canalizar a los buscadores de restaurantes y cafeterías. Desaparecían los transeúntes de paso ligero y los corros de jubilados ante los quioscos de periódicos. En su lugar se conformaba una masa lenta, coloquiante, más feliz, ante la perspectiva de los misterios gastronómicos encerrados en los callejones umbríos donde brotaban cada día nuevos restaurantes, una muestra más del pluralismo democrático ofrecido a la liberación del paternalismo gastronómico doméstico. En plena crisis de la sociedad patriarcal, los cabezas de familia buscaban nuevos restaurantes con la taquicardia de la aventura galante, de la salsa prohibida con crema de leche y trufas de Olot, plato con liguero y ropa interior negra transparente, platos oralgenitales, para comer a cuatro patas, con la lengua predispuesta a las polisemias de las hierbas aromáticas y los sofritos enriquecidos con picadas apiñonadas.
- Sorpréndame con algo que me ayude a despedirme memorablemente de esta ciudad durante un cierto tiempo.
El dueño de la charcutería de la calle Fernando señaló un vino rosado:
- Acaba de llegar. Es de Valladolid y es rosado natural por el tipo de uva.
- Me lo tomaré con un arroz con escupiñas.
Carvalho intentó comer en Les Quatre Barres reclamado por el «rape al ajo quemado», pero la calle estaba llena de putillas en paro y las cuatro mesas del restaurante iban a ser ocupadas por la cola de funcionarios del Ayuntamiento, de la Generalitat, que iniciaban la reconstrucción de Catalunya a partir de la reconstrucción de sus propios paladares. Inútil también aguardar turno en el Agut d’Avignon, donde las mesas se reservaban con antelación equivalente a la que había exhibido Jane Fonda para conseguir plaza en un vuelo civil a la Luna. Además Carvalho no quería proporcionar al dueño la satisfacción de rechazar clientela, una satisfacción de iraní dando o quitando o aumentando el precio del petróleo. Prefirió, pues, ir caminando hacia la Boquería a comprar dos kilos de escupiñas y pescado para hacer caldo. Luego rescató el coche del parking de La Garduña para irse a tomar un «bacalao a l’hostal» en el figón Pa i Trago, una casa de comidas cercana al mercado de San Antonio, donde los seres humanos civilizados pueden desayunar capipota con sanfaina desde las nueve de la mañana».
Texto y collage: Juan Antonio Díaz (Crítico gastronómico madrileño, habitual colaborador de Metrópoli – El Mundo).