Los típicos calçots servidos en el Merendero Cabezo Buenavista. (Foto: Eduardo Bueso)
Esta semana se han presentado unas jornadas de calçots muy atractivas, por su calidad y por el lugar donde se celebran: el Merendero Cabezo de Buenavista de Zaragoza. Situado en la parte alta del zaragozano parque José Antonio Labordeta, muy cerca de la estatua del Batallador, es uno de los lugares ineludibles en los que podemos recrearnos con esta sabrosa propuesta.
Antes creemos importante comentar brevemente la historia del lugar. En 1977 comenzaron la andadura del negocio María Jesús Fargas y Dionisio Laguarta. Este último es un micólogo apasionado que sigue recorriendo los montes, a sus setenta años, para aportar sus pequeños tesoros a platos imprescindibles como las migas con setas y garnachas.
Dioni Laguarta y Miguel Ángel Arjol. (Foto: E. B.)
El encargado del negocio, Miguel Ángel Arjol, ha querido que un grupo de periodistas gastronómicos conociéramos la clave del éxito de una larga trayectoria empresarial. La fórmula es sencilla, solamente en apariencia. Estamos ante un negocio familiar de cocina muy honesta, sin complejas pretensiones, sin exquisitas ornamentaciones. Aquí se rinde culto al producto de calidad, al servicio cercano y entrañable. Y para que fluya todo con naturalidad, acompañan a Arjol los hermanos Laguarta. Dioni (llámale “Chato”, le gusta más) en sala, y María, el alma de la cocina, desempeñan una eficaz labor que seguramente te hará repetir la experiencia.
Cartel que anuncia la temporada de calçots del Merendero Cabezo Buenavista. (Foto: E. B.)
Pero vayamos al tema: los calçots. Una de las mejores propuestas para combatir las bajas temperaturas se encuentra en el pulmón del la capital aragonesa. Ha llegado el momento de ponerse un babero y disfrutar sin complejos de los calçots del merendero Cabezo Buenavista. La procedencia de los que probamos era de la huerta de Valls, pero en breve serán de la de Zaragoza.
Hasta fin de temporada, en torno a primeros de marzo, nos ofrece un menú completo de calçots acompañado por una salsa diferente (la tradicional para calçots, pero sin ñoras). El precio es de 26 euros, vino Coto de Hayas incluido, en el que no faltan la butifarra y las chuletas de Ternasco de Aragón elaboradas a la brasa y acompañadas por unas patatas caseras de esas que a duras penas se encuentran en la hostelería.
Tapa de sardina ahumada sobre escalibada. (Foto: E. B.)
Atención si eres laminero, porque el momento de los postres se convierte en una fiesta, un entrañable recuerdo de los fogones de nuestras abuelas, protagonizado por la deliciosa crema catalana, una magnífica tarta de queso y la cuajada con miel y nueces.
Tarta de queso con mermelada de frutos rojos. (Foto: E. B.)
En resumen: restaurante idóneo para reencontrarte con el parque con más solera de la ciudad. Su privilegiada terraza, para 180 personas, es una de las mejores propuestas para desconectar del asfalto sin salir de la urbe. Es recomendable pasear por los jardines del entorno antes de sentarte a la mesa.
Migas con hongos y uvas. (Foto: E. B.)
Sin duda, es un establecimiento propicio para ir en grupo, con amigos y ganas de disfrutar de una brasa bien trabajada, precedida de una tostada de sardina ahumada y escalibada, o sencillamente para saborear el cocido aragonés (con tajo bajo, jarrete de TA…) que sirven todos los miércoles.
Fotos: Eduardo Bueso (copyright)
Atardecer desde la terraza del merendero Cabezo Buenavista. (Foto: E. B.)