Figura de Alfred Hitchcock en el hall del hotel «Astoria 7» de San Sebastián (Foto: Eduardo Bueso)
Desde San Sebastián
Por Mikel Corcuera
Premio Nacional de Gastronomía
De lo poco que recuerdo gratamente de las fiestas navideñas, al margen de las cuchipandas, cada vez menos pantagruélicas ya que todo el año no paramos de zampar, son las tertulias posteriores que giran en torno al tema culinario, algo que hemos llamado, con algo de cachondeo, ”comida forum”. Es decir, seguir hablando de comida y vinos después de ponernos hasta las trancas. El otro tema, siempre presente, aunque suene pedantillo, es charlar de cuestiones culturales, sobre todo de cine, ya que son los días en que coincidimos familia y amigos de verdad con un cinéfilo de aúpa. Y que lo es desde muy niño, mi hermano Federico.
No se pierdan sus “Divagaciones cinéfilas” http://fcorcu.blogspot.com/ que son, sin pasión fraternal alguna, canela fina. Precisamente, nuestro artículo refleja en gran parte, las inquietudes de ambos y sus conocimientos en algo que Marta Belluscio plasmó en una deliciosa obra, “Comida y Cine: placeres unidos”. Entrando en materia, me parece oportuno señalar que hay dos divisiones muy obvias en cuanto al film de tema gastronómico: el que focaliza la historia hacia dentro y el que lo hace hacia fuera de los fogones.
Salón Imperial del Hôtel du Palais de Biarritz preparado para una cena ofrecida (hace unos años) por el chef del Hotel Taj Mahal dedicada al cine de la India (Foto: Eduardo Bueso)
Respecto a la primera faceta cabría mencionar “El Festín de Babette” (1987), la cinta de dibujos animados “Ratatouille” (2007), cuyo título evoca una reconocida receta francesa similar al pisto, “Deliciosa Marta” (2001) en la que se nos ponían los dientes largos con su “Paté Maison”, la española “Fuera de carta” (2008), aventuras y desventuras de un chef homosexual hipertenso cada vez que un crítico gastronómico aparecía por su local, o “El Chef, la receta de la felicidad” (2012), una película en apariencia amable sobre la típica relación maestro-alumno aventajado, pero que da una certera visión sobre todo lo que rodea al mundillo gastronómico.
Respecto al segundo apartado, cabría mencionar: “El Guateque” (1968) y su hilarante comida servida por un mayordomo beodo y torpísimo (interpretado por un genial Peter Sellers); la producción francesa “El Gran Restaurante” (1966) con el jefe de sala más histriónico que imaginarse uno pueda, el gran Louis de Funes. Imprescindible a su vez como crítico gastronómico en “Muslo o pechuga” (1976), una desternillante comedia, que ofrece una mirada entre torva y cariñosa hacia esos profesionales del buen yantar. A veces, los críticos son temidos y a veces son utilizados como conejillo de indias para experimentos culinarios. Es lo que acontece, ya en el hogar familiar, con el inspector de policía y su mujer, una aprendiz de una supuesta “haute cuisine”, en la magistral “Frenesí” (1972) de Alfred Hitchcock, quien no deja títere con cabeza, empezando por la propia noción de Justicia y terminando con la culinaria francesa, a quien la mujer homenajea (es un decir) con una vomitiva bullabesa o unas pringosas manitas de cerdo. Es una película entre espeluznante y tronchante pero que destila sabia armonía.
Otra imagen de la cena ofrecida en el Hôtel du Palais dedicada al cine de la India. (Foto: Eduardo Bueso)
También, el tema culinario, en cuanto a los comensales, ha tenido presencia en las películas cómicas desde tiempo inmemorial. Desde la clásica e impactante secuencia de la bota hervida, saboreada por un hambriento Charlot en “La quimera del oro” (1925), pasando por las luchas con los espaguetis de Buster Keaton en “El Cocinero” (1918), cortándolos con una tijera, y llegando al Jerry Lewis de “Caso clínico en la clínica” (1964), quien los enrolla de tal forma que le cubren todo el brazo. Mención aparte, merece nuestro venerado Jerry, quien en “El loco mundo de Jerry” (1983) sufre una de las pesadillas inherentes a todo comensal, el permanecer indefinidamente atendiendo una carta cantada por la preceptiva camarera: a cada nueva elección de plato, la empleada enumera un sinfín de variantes. El surrealismo en estado puro. Algo que también sufrió anteriormente otro grande la comedia W. C. Fields en “Never give a sucker and even break” (1941), en la que interpreta a un comensal que es humillado por una oronda y deslenguada camarera en una larguísima secuencia de refinado sadismo. Eso sí, el comensal más desafortunado de la Historia del cine pudiera serlo el marido asesinado por su esposa en el telefilm de Hitchcock, “Cordero para cenar” (1958), quien utiliza para cometer el crimen la gran pata de cordero prevista para la cena, siendo posteriormente asada y ofrecida como un manjar a la policía, ignorante de estar engullendo el arma homicida… Una idea que, por cierto, “fusiló” Almodóvar en la película, “¿Que he hecho yo para merecer esto?”( 1984). Y en otro film del mismo director, “Volver” (2006), en donde “homenajea” a “La Soga”(1948), también de Hitchcock, con lo del cadáver en la cámara frigorífica y la comida a su lado.
Pero si hay una cinta que, al margen de sus valores cinematográfico, es un tótem para los gastrónomos, se trata de la precitada, “El Festín de Babette”. Escrita y dirigida por Gabriel Axel en el año 1987, que ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. La historia está basada en un relato de Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, autora por cierto de la obra en que se basa “Memorias de África».
En la que se cuenta cómo Babette, una mujer que huye de la represión tras la Comuna de París de 1871, se refugia en una remota aldea de la costa oeste de Jutlandia empleándose como cocinera en casa de dos hermanas, hijas de un rígido pastor luterano. Un día, Babette gana un importante premio de lotería y decide compartir su suerte ofreciendo a sus patronas y otros invitados de su misma cuerda, una cena en la que servirá lo mejor de la cocina y la bodega parisina de esos años. Los sensuales placeres gastronómicos chocarán frontalmente contra la tradicional sobriedad y rigor religioso de los comensales.
El menú es sencillamente sublime. Una genuina sopa de tortuga; Blinis Demidoff (con caviar y crême fraïche); Codornices en “sarcófago” de hojaldre con foie gras y salsa trufada; Ensalada de endivias con nueces; Surtido de quesos franceses; Babá al ron y ensalada de frutas escarchadas; Fruta fresca (uvas, higos, piña…). Y unos vinazos de quitar el hipo: Jerez amontillado con la sopa, con los blinis, Champagne Veuve Clicquot 1860 (que los comensales que no habían probado nunca un espumoso llaman: ¡el “refresco”!), un mítico tinto borgoñón Clos de Vougeot 1845 con las codornices y los quesos. Curiosamente, agua con la fruta y de remate, Marc de Champagne. Y todo por el morro. No es de extrañar que la frase más significativa de la obra sea: “Las únicas cosas que nos llevamos de esta vida terrenal son las cosas que hemos regalado”.
Texto: Mikel Corcuera. Fotos: Eduardo Bueso. Texto y fotos: copyright
Mesa en uno de los restaurantes del Hôtel du Palais (Biarritz), preparada para una cena ofrecida por el equipo de cocina del Hotel La Mamunia de Marrakech. Toda la decoración rememoraba escenas de películas de cine realizadas en África. (Foto Eduardo Bueso)